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viernes, 24 de enero de 2025

Ni comunista, ni socialista, el Hitler pro-empresario

 DIARIO RED





 Ni comunista, ni socialista, el Hitler pro-empresario


Cuando en 1933 llegaron al poder de la mano de la centroderecha alemana, los nazis tenían un fervoroso entusiasmo revolucionario y nacionalista pero muy poca formación económica, carecían de cuadros técnicos para afrontar la delicada situación. Por lo cual, Adolf Hitler entendió que lo mejor para su plan de “reconstrucción” de Alemania era entregarle las riendas al gran empresariado que, hasta entonces, lo veía como el mal menor frente a una posible salida revolucionaria por izquierda a la crisis que atravesaba el país germano.

Esta medida fue apreciada como un gesto pro empresarial por parte de Hitler y de esta forma despejaba todas las dudas que había suscitado su faceta más plebeya. En este sentido, es oportuno señalar el trabajo de historiadores como Peter Fritzsche que han rastreado el origen del nazismo en la movilización popular. Fue en aquellos días de júbilo por la declaración de guerra en 1914 cuando multitudes se congregaron con entusiasmo nacionalista. El propio Hitler, un artista frustrado que había sido penado por eludir el servicio militar, estuvo presente en esas movilizaciones. Ese anhelo de concretar un destino providencialmente imperialista que guió aquellos días y que terminó apagándose por las derrotas, la muerte y la crisis que trajo consigo la guerra, fue el que intentó reavivar Hitler en los años ‘30 para llegar al poder, promoviendo la idea del Volk para atenuar la tan arraigada identidad obrera de los trabajadores alemanes.

En este aspecto, es importante señalar que el nazismo en su fase de radicalización y ascenso al poder tuvo escaso arraigo en la clase obrera alemana. Hitler odiaba a los comunistas y los socialistas porque, entre otros aspectos, ellos dominaban los sindicatos y las estructuras de organización y solidaridad trabajadora junto a algunas organizaciones cristianas. Ni siquiera el hecho de bautizar a su partido como “Nacional-socialista” - una especie de estrategia comunicacional - le sirvió para seducir a los obreros y pobres de Alemania que sufrían las consecuencias de la crisis. Ya asentado en el poder, incluso, el partido nazi perdió las elecciones en los sindicatos, lo que precipitó a Göebbels a ordenar la intervención directa de los sindicatos el 2 de mayo de 1933 y comenzar un plan sistemático de exterminio físico del sindicalismo alemán, requisito fundamentalmente exigido por el gran capital para ejercer su apoyo al proyecto nazi. Para el historiador Tim Mason la eliminación rápida y brutal ddel movimiento obrero, si bien le brindó beneficios a corto plazo a la alianza empresaria-nazi, dejó un hondo resentimiento en los trabajadores hacia dicho movimiento.

Una vez intervenidos los sindicatos y comenzado el plan de exterminio de sindicalistas comunistas, socialistas y democristianos, Hitler cumplió el segundo requisito del gran capital, el de la entrega total de las riendas económicas al crear el Consejo Supremo de la Economía el 15 de julio de 1933. Allí la gran industria alemana pudo suplir la ausencia de cuadros técnicos del nazismo y con Fritz Thyssen a la cabeza - el empresario que no había dudado de Hitler ni siquiera en su fase más plebeya y que le brindó apoyo financiero - consumó la alianza del gran empresariado con el nazismo. En este Consejo Supremo y de acuerdo al estudio del historiador Enzo Collotti, todas las grandes empresas alemanas estuvieron representadas. Desde Vögler de las Vereinigte Stahlwerke, Bosch de la IG-Farben, Diehn de las industrias potásicas, el barón von Schröder, el director de la Commerz und Privatbank Reinhart, hasta el propio Karl-Friedrich von Siemens integraron este órgano. El siguiente paso fueron las leyes sobre el desarrollo orgánico de la economía alemana de 1934, que se traducían en otorgar total libertad a empresarios para regular las relaciones capital-trabajo. Así los empresarios alemanes instrumentaron el poder dictatorial y exterminador de Hitler para vencer la resistencia obrera y tomar el control de la economía nacional.

Cabe destacar que la expresión del costado más plebeyo del nazismo fueron las fuerzas paramilitares dirigidas por Eric Röhm, las SA que, una vez Hitler al poder y con la fusión del partido y el estado, dejaron de ser útiles para el movimiento nazi. Así, el asesinato en julio de 1934 del líder de estas fuerzas que concentraban más de 3 millones de hombres, supuso la derrota del ala pequeñoburguesa del nazismo que tenía ciertos reparos con el gran capital y el manejo de la economía por parte de los grandes empresarios. Este punto supuso el apoyo final y decisivo del gran capital y los junker latifundistas a la aventura nazi.

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